Para los amantes de la novela histórica, Santiago Posteguillo (premio Planeta 2018) se ha convertido en un referente fiable y atractivo para acercarse a determinados pasajes de la Historia, tan imprescindibles como, en cierta forma, olvidados. Este el caso de la trilogía dedicada al primer emperador de Roma no italiano, el hispano Marco Ulpio Trajano, emperador bajo el cual Roma llegó a su máximo esplendor tanto en extensión territorial como en modernidad urbana. Así pues, aún a día de hoy, uno visita los foros romanos y el Coliseo bajo la atenta mirada de la columna de Trajano, esa inmensa columna tallada en las que se nos relatan la conquista de la Dacia (Rumanía).
La trilogía dedicada a Trajano la
constituyen Los asesinos del emperador (2011), Circo Máximo
(2013) y La legión perdida (2016). El primer volumen nos explica el
convulso periodo que sucedió a Nerón, el breve periodo de esplendor de
Vespasiano y Tito (imprescindible descripción el asalto de Jerusalén), y el
reinado de terror de Domiciano, otro Calígula de la Historia del que, sin
embargo, conocíamos muy poco. Paralelo a este, discurre la vida de un callado
pero astuto, pausado pero valiente joven Trajano. La novela culmina con la
proclamación de este como emperador. En su nuevo cargo (porque Trajano lo
entendió siempre así, como un servicio público), Trajano comenzará la remodelación
de la decadente Roma y la conquista de la Dacia, conquista que precedió a la de
Partia (Irak e Irán aprox.), narrada esta en La legión perdida.
Posteguillo, en esta última parte, se permite la licencia de imaginar un
apasionante encuentro entre Roma y China, aventura paralela a las últimas victorias
del ambicioso emperador.
Narrar Historia nunca es una labor
sencilla pues conceptos como el de veracidad y verosimilitud, rigurosidad y
fantasía son difíciles de encajar y siempre está el peligro de que el lector
literario sienta la acción como pesada mientras que el historiador ponga el
grito en el cielo por las licencias imaginativas. Santiago Posteguillo sabe
moverse muy bien en este terreno, se esfuerza por insistir en la fiabilidad
documental y al mismo tiempo, escribe una trilogía entretenida y emocionante
hasta el punto de que uno no cae en la tentación de ahorrarse los cientos de
páginas y acudir a la Wikipedia para adelantar el final. Al fin y al cabo, aún
años después de la muerte del hispano, el Senado investía a sus nuevos
emperadores bajo el deseo de “que
seas más afortunado que Augusto, y mejor que Trajano”.
Virginia
Isla García
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